miércoles, 11 de agosto de 2010

El alud

I
Cuando me desperté un silencio dislocado cruzaba la habitación. Me había dormido pensando en las probabilidades y posibilidades de que al despertar el frío del invierno se hubiera ido y también en lo raro que resulta que las bienaventuranzas del ánimo dependan del estado térmico de la piel.
II
La luz natural a medio encender se había desparramado por todo el cuarto y sentí que yo, en ese momento, era la sombra gastada de alguna otra persona que ya no conocía.
III
Salí de la cama y mientras preparaba el primer mate del día me acordé del tiempo que me había llevado juntar los volúmenes de la trilogía. Volví al living y miré los libros apilados, en orden, el último abajo, en la base, como corresponde a la historia, que es el final el que sustenta las causas y los efectos. No es el origen. No es la primera gota que desata el alud. Es el alud. El último libro sobre la mesa y el primero sellando la columna gramática en un gesto de falsa justicia, imponiendo que si la historia comienza por el comienzo no tiene más que terminar por el final.
IV
El ruido de la pava me llevó de vuelta a la cocina. La vacié del agua inútil, volví a llenarla y la puse sobre el fuego.

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