lunes, 10 de febrero de 2014

Comen sapos

Una vez  al año vamos al campo de Clara.  Clara al volante, yo de copiloto. Lara y Mariela, en el asiento de atrás, registran el inicio del viaje con la Kodak nueva de Clara.Tomamos la autopista al norte, y después el camino del Buen Ayre, que nos lleva al oeste o a un atardecer de nubes furiosas. A un lado del Buen Ayre está el CEAMSE, uno de los rellenos sanitarios más grandes del país. Al otro, Villa Hidalgo, donde miles de personas viven cotidianamente en la basura. Yo miro las montañas de basura y los hombres y mujeres que hacen sus cosas alrededor y pienso: Esas personas comen sapos. No sé por qué lo pienso y menos por qué lo digo en voz alta.  Esas personas comen sapos. Clara gira la cabeza como si el comentario llegara de un televisor encendido que nadie mira. No tiene sentido. ¿Qué decís? Dice Lara desde el asiento de atrás. No sé. Se me vino esa frase a la cabeza. Yo tengo una amiga que comió sapos, dice Mariela. Bueno, no los comió ella, sino su novio. Y en realidad no los comió, sino que los lamió. Maru empieza a contar cómo una amiga suya, que estaba combatiendo la depresión profunda en que se había acomodado su novio hacía más un año, encontró en Google una receta casera para sacarlo del pozo.
El post contaba cómo la mayoría de las culturas de los pueblos originarios latinoamericanos cree en enfermedades que están causadas por la pérdida del alma. El susto o el espanto, como le llaman,  es una “enfermedad originada por una fuerte y repentina impresión derivada del encuentro con animales peligrosos, objetos inanimados y entidades sobrenaturales, así como por sufrir una caída en la tierra o en el agua. Uno de los remedios chamánicos consiste en mezclar renacuajos en parches fríos junto con grasa de pecho de llama, aceite verde y semillas de lino.  El artículo mencionaba una segunda receta: lamer la panza de un tipo específico de sapo que se conseguía fácilmente en anfibiarios. También explicaba que para no equivocarse y terminar lamiendo una rana, hay que tener en cuenta que los sapos son más caminadores que saltadores. Lo de los renacuajos era complejo, pero conseguir grasa del pecho de una llama se volvió imposible. La amiga de Mariela optó por la segunda receta. Cómo convenció al novio de apoyar la lengua sobre la panza fría del bicho era un misterio, pero finalmente los sapos surtieron efecto y el novio salió de su letargo melancólico. Un mes después la pareja se separó.

Cuando Mariela terminó la historia, el sol era negro como todo el resto, y la ruta nacional 5 nos llevaba directo a la tormenta que habían anunciado las nubes furiosas del atardecer. Para saber si la tormenta se aleja o se acerca tenés que contar los segundos que pasan entre el relámpago y el trueno. Si los segundos entre la luz y el ruido se achican, entonces la tormenta se acerca. ¿Por qué? Porque la luz viaja más rápido que el sonido, entonces, si el tiempo crece, significa que el polo eléctrico se aleja, o que es uno el que se aleja, dependiendo de si es el polo o es uno el que está en movimiento. Si en cambio el rayo y el trueno llegan juntos es que la tormenta está justo arriba y entonces es mejor estar bajo techo. Esto pensé yo después de lo de los sapos. Cuando éramos chicos, y había tormenta, para distraernos o focalizarnos en lo que importaba, que era alejarse del miedo, mi vieja nos hacía contar los segundos. Así las tormentas pasaban como pasan las cosas cuando el tiempo simplemente pasa por el costado, sin aplastar nada, sin interrumpir nada, sin ser nada más que corriente eléctrica que no te toca.