domingo, 22 de agosto de 2010

Alerta meteorológica

Decidí que lo mejor sería ir caminando hasta casa. Al final no eran más de cincuenta cuadras. Hacía una semana que el pronóstico avisaba lluvia. Para hoy: alerta meteorológica punto 7. Me divirtió pensar que los meteorólogos hubieran ideado una escala para las alertas y se me ocurrió que sería bastante útil trasladar esta escala a las alertas que se prendían todos los días en mi conmutador mental. Esta, la de hoy, era sin dudas una alerta punto 3. Tampoco es cuestión de exagerar. El único problema grave que tenía es que desde hacía varios días una tristeza medio molesta se me había metido por alguna grieta que no tenía vista, y la muy miedosa no quería salir. Por eso pensé que si tal vez caminaba abajo de la lluvia mi tristeza se sentiría contenida por la masa, y finalmente saldría. O tal vez que yo, tan preocupada por todo el agua que caía sobre mí no sentiría culpa en agregar algunas gotas más al montón. Ahí pensé cuánta gente llorando se necesitaría para igualar una tormenta punto 7 en la escala de los meteorólogos.

jueves, 19 de agosto de 2010

Basura mental

I

En el andén hay al menos 100 personas esperando que el tren llegue a la estación. Mientras pienso esto pienso también cuántos relatos empiezan con "En el andén" y a la vez pienso qué estará pensando el chico alto que está parado al lado mío con un traje bastante arrugado y un gorrito de lana en la cabeza. Se ve que el chico piensa lo mismo porque me mira de la misma manera en que yo lo miro a él. Mientras pienso esto, lo de la cantidad de gente en el andén, lo de los relatos, lo del chico pienso también que llego tarde a la reunión y que todo sería más fácil si tuviera un caramelo ácido en algún lugar de mi mochila. Recuerdo que tengo, en algún lugar de mi mochila, un caramelo ácido. Llega el tren. El chico alto de traje arrugado y gorrito de lana me deja pasar y yo siento que soy la mujer más afortunada del mundo y me río. El se ríe y yo me vuelvo a reír pero ahora más de verdad porque soy la mujer más afortunada del mundo por partida doble: me dejan pasar primero al tren, lo que me salva de perder mis piernas en un accidente trágico, y logro que mi salvador sonría. Me vuelvo a reír pero esta vez de otra manera porque no puedo creer que sea tan estúpida y que me enamore de todo con la misma facilidad con la que me desenamoro.

II

El tren arranca y el chico alto de traje arrugado y gorrito de lana es mi guardaespaldas. Se me ocurre pensar que con lo que sea que sentimos está hecho de engranajes de monedas de dos caras o más que nos permiten la simultaneidad increíble pero real de sentimientos antagónicos. Pienso en mi mejor amiga y en su mamá que está volviendo hecha cenizas en un avión desde París y también en un argumento convincente para evitar que me cobren una multa por viajar en tren sin boleto. Me importa tres carajos la multa pero me emociona la posibilidad inmediata de pelearme con alguien. Pienso que voy a decirle al gorila que me pide el boleto que si quiere que me lleve presa pero que yo la multa no se la pago, que esperé veinte minutos para sacar el boleto, que dejé pasar dos trenes y que si TBA no quiere contratar más personal no es culpa mía ni suya, pero menos mía. Me voy a quedar parada enfrente del guarda, diciéndole que no tengo problema en pagar el boleto de Villa Urquiza a Carranza, que es lo que hubiera hecho, pero que de ninguna manera pago la multa y que como le decía que me lleve presa si le parece pero que antes me deje llamar a mi vieja para que esté al tanto de la situación por si me pasa algo en el camino. Llego a mi estación, no hay nadie controlando. Me quedo con las ganas de exigirle justicia o piedad al hijo de puta que hizo que la mamá de mi mejor amiga esté volviendo hecha cenizas en un avión desde París.

III

Mientras camino hasta el subte pienso que estoy un poco cansada de pensar y también que no sé en qué momento perdí de vista al chico alto con el traje bastante arrugado y un gorrito de lana en la cabeza.

miércoles, 11 de agosto de 2010

El alud

I
Cuando me desperté un silencio dislocado cruzaba la habitación. Me había dormido pensando en las probabilidades y posibilidades de que al despertar el frío del invierno se hubiera ido y también en lo raro que resulta que las bienaventuranzas del ánimo dependan del estado térmico de la piel.
II
La luz natural a medio encender se había desparramado por todo el cuarto y sentí que yo, en ese momento, era la sombra gastada de alguna otra persona que ya no conocía.
III
Salí de la cama y mientras preparaba el primer mate del día me acordé del tiempo que me había llevado juntar los volúmenes de la trilogía. Volví al living y miré los libros apilados, en orden, el último abajo, en la base, como corresponde a la historia, que es el final el que sustenta las causas y los efectos. No es el origen. No es la primera gota que desata el alud. Es el alud. El último libro sobre la mesa y el primero sellando la columna gramática en un gesto de falsa justicia, imponiendo que si la historia comienza por el comienzo no tiene más que terminar por el final.
IV
El ruido de la pava me llevó de vuelta a la cocina. La vacié del agua inútil, volví a llenarla y la puse sobre el fuego.

lunes, 9 de agosto de 2010

La escalera en la montaña

Hoy mientras subía las escaleras hasta mi departamento me di cuenta que es realmente más fácil subir montañas que subir escaleras. Las montañas al no tener escalones te permiten elegir el pulso, la distancia entre un paso y otro. Las escaleras en cambio tienden al autoritarismo. Te dicen suba el pie 25 centímetros luego el otro unos 50 centímetros y luego nuevamente el primero y así. La cosa simétrica. Las montañas no. Las montañas tienen superficies heterogéneas. Tienen pasto y a veces también ese polvo que si las subís en alpargatas te podés resbalar y hacerte unas frutillas en las rodillas o incluso desnucarte. Las escaleras también pueden provocar la muerte pero todo más medido. Una muerte medida es un espanto. Yo pensaba mientras pisaba el escalón número 13 que mejor volvía y subía de nuevo por la rampa para lisiados porque un poco lisiados somos todos que aunque no se vean a primera vista nuestras limitaciones tenemos todos y que a lo mejor si subía por la rampa en lugar de las escaleras las limitaciones mías se me volvían más limitadas. Cuando terminé de pensar esto ya estaba metiendo la llave en la cerradura de la puerta y un segundo después adentro de mi montaña donde no había escaleras.