martes, 8 de junio de 2010

Circo de hormigas


María Luz se había vuelto un ser especial para sus pares el día en que llevó al colegio, como proyecto para Ciencias Naturales, un circo de hormigas. El circo de hormigas era en principio menos precario de lo que todos esperaban de ella: una pecera bastante grande, cúbica como sus pies. A lo largo de toda la pecera se extendía un alambre que por supuesto era la zona de las hormigas equilibristas. Precavida como fue siempre, justo debajo del alambre, María Luz había colgado una media de red, que para ojos poco entrenados en cuestiones circenses parecía más una hamaca paraguaya que cualquier otra cosa, pero que claro, era en realidad la red de seguridad de las hormigas equilibristas. En el piso de la pecera, o mejor dicho, suspendido a 3 centímetros del piso, había un frasquito de vidrio transparente. Esta era la rueda del peligro y el fuego. Es sabido por los que saben, que las hormigas no montan ni motos ni bicicletas, así que para terminar de darle forma al número, María Luz colocaba debajo de la rueda del peligro unos algodoncitos empapados en alcohol, que al encenderse hacían que las hormigas caminaran a toda velocidad y en todas las direcciones que el frasquito les permitía.
Estaban también las hormigas payaso. Estas eran claramente diferenciables porque María Luz les había pintado los lomos con plasticola de color, y a las hormigas mujeres les había puesto también brillantina en la cabeza. Pero, sin dudas, el número más llamativo era el de la hormiga domador. Este número no funcionaba permanentemente ya que era difícil conseguir algún otro insecto carnívoro que hiciera las veces de león. No tanto por la dificultad de encontrar a este tipo de insectos, si no porque, a diferencia de los hombres, los insectos viven estrictamente lo que necesitan, y ningún insecto necesita ser observado mientras se come una pobre hormiga.

1 comentario:

Mateo dijo...

Pobres hormigas. Ya van tres de hormigas. Ya se puede hablar de una serie.