sábado, 29 de noviembre de 2008

Tres

Es el trigésimo séptimo día de los 1058 que me esperan. Creo haber tomado la decisión correcta. Muchas veces tuve la certeza de que las situaciones chorrean casualidad. Pero esa tarde cuando me encontré con El y me habló de todo esto entendí que lo único que nos separa de ser hologramas intelectuales es el valor. La capacidad invaluable de la determinación. Por eso elegí tres años y no tres horas. Todo lo que hay en el mundo se va a detener me dijo. Todo. Hombres, animales, máquinas, plantas. Vas a quedar vos y el día y la noche. Va a llover. Va a salir el sol, y la luna. Tres años enteros. O tres horas. Vos elegís. El único testigo vas a ser vos. Nadie con quien hablar más que con vos mismo y tu sombra. Tres años, dije yo. ¿Estás seguro? Tres años es mucho tiempo. Si, respondí. Y tres horas es demasiado poco. No creas, dijo El. El tiempo es el peor de nuestros caprichos. Cae a la velocidad a la que lo dejamos caer. Va a estar todo quieto. Inmóvil. El tiempo va a ser tu única compañía. ¿Entendes? Tu única compañía. Todo el tiempo el tiempo respirándote en la nuca. No me importa. Quiero tres años. Está bien. Y ahora es el día 37. Tengo una libreta en el bolsillo donde anoto los días que pasan. Cada día un palote. Y los palotes agrupados en hexágonos perfectos que forman mandalas de tinta. Decidí desde el primer momento pensar en voz alta para no olvidarme de mi voz. Pero pasaron solamente treinta y siete días y empiezo a pensar que tal vez ni siquiera la voz nos pertenezca. Un ciego me dijo una vez que no había nada nuevo que decir. Que éramos citas más o menos exactas de lo que otros habían dicho. No lo sé.

Por estos días me dedico mayormente a mirar a la gente. Son estatuas ahora. Me asusta descubrir que algunas parecían estatuas antes también. Y que cuando despierten sin entender quién les robó los tres años que estuvieron quietos, van a seguir pareciendo estatuas. Debo admitir que he jugado bastante con los cuerpos. No crean que soy un monstruo. Cualquiera de ustedes en mi lugar hubiera hecho lo mismo. O cosas peores. Si. He peinado mujeres. Les cepillé el pelo hasta que quedó tan brillante como un metal. A un policía lo vestí de travesti y a un chico de la calle le probé la ropa de un militar. Después por supuesto puse a cada uno de vuelta como estaba. Estuve tentado de alborotar realmente todo. Cambiar a la gente de lugar. Ubicarlos en situaciones disparatadas y comprometidas. Encontré a un hombre. De unos cincuenta y largos. Con un arma en la mano, y una carta de hasta siempre a sus pies. A ese lo vestí de payaso y lo saqué a pasear un rato por las cornisas. Me costó arrastrarlo. Pero cuando logré ubicarlo a setenta metros del piso, con las manos a los costados del cuerpo, vi como el viento le movía los pocos pelos que le quedaban, y si no fuera porque tengo la absoluta certeza de que todo está quieto, podría asegurar que sonrió. Tal vez cuando todo vuelva a ser como antes para todos menos para mí, en el primer minuto, este tipo deje el arma y salga de su casa. A veces lo mejor es salir de la casa. Si. Me acuerdo ahora de un maestro que tuve. Decía siempre que nos distraíamos cuando pensábamos demasiado en nosotros mismos. En fin.

Me faltan. 1058 días. Tengo infinitas cosas que hacer. Y una duda que a veces me quita el sueño. No recuerdo cuándo fue el último año bisiesto.

lunes, 24 de noviembre de 2008

El suicidio de un oriental


(Historias en la palma de la mano. Yasunari Kawabata)


Cuando cierra Historias en la palma de la mano es 25 de mayo. Es la tarde. Son 27 años sentados en un silencio de papel. Las últimas palabras orientales le caminan entre los dedos de la mano como hormigas de vidrio verde. Las historias son esclavos minúsculos. Lingüísticos. Ya no trataran de escapar. Las tapas cerradas del libro están abiertas hacia adentro, hacia ese lugar espaciado donde las mujeres duermen en lágrimas y los hombres mueren quietos y de rodillas. El peso del libro sobre las piernas hace presión en la cabeza, y las imágenes se apelmazan en un molde intangible. De fondo, la cara del japonés le sonríe enferma. Se escucha su voz. Buscar tan dentro y tan fuera como sea posible esas xerografías que lo moldearon en carne y hueso. Fotos mentales de cualquier tiempo giran sin orden, arbitrarias, y él gira dentro de cada una. Algunas caen sobre la alfombra y el rueda con ellas hasta los pies del escritor. Se escabulle bajo las plantas de los pies descalzos y sube por el interior para cerrarle los ojos por dentro a este hombre muerto y devolverle la paz que le ha robado la vida.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Fábrica y Exposición

Vacía.

La fábrica.

El tiempo
es un rulemán
oxidado.

En las paredes
gigantografías de hombres sin cara
llorando
sin ojos
el individualismo de una época.

Los malditos se fueron.

Dijeron lo justo.

No olvidemos.

Colgados de los flecos
de estas horas
se mezclan pieles
credos
y lunas.
El hombre nuevo
envejeció
en el útero
de la nostalgia,
dicen algunos.
Yo creo,
sin más remedio,
que tomó el tren equivocado
y está volviendo.

sábado, 8 de noviembre de 2008

La Señal

Vamos. Esto es más difícil de lo que pensábamos. Me dijo que era hoy. Esperemos un rato más. Cuando el velador se apague esperamos cinco minutos y entramos. La vieja ya va a estar muerta. No, no sé. ¿Por qué le crees? Porque no falla nunca. Y si no falla por qué no vino él. Porque ya no necesita seguir choreando. Ahora disfruta de pasarle la posta a sus amigos. (Silencio) Nadie puede saber cuándo le toca morirse. Y menos a otro. ¿Qué sos? ¿Cura? No, pero nadie sabe. El sabe. Andá si querés. Yo me quedo. (Silencio. Olavaria al 5XX. Guardamos información por respeto a los protagonistas de la historia. La calle está vacía. Elveladorseapaga). Ahí está. Esa es la señal. Cinco minutos y adentro. Tengo miedo. ¿De qué? De la vieja de la muerte. Yo le tengo miedo a los vivos. Ya te dije. Andá si querés. Yo me quedo. (dosminutos) ¿Cómo es la movida? La puerta se abre fácil. La vieja nunca traba la puerta. Si tiene todo lo que L. (Guardamos información por respeto a los protagonistas de la historia) por qué no traba las puertas. Qué se yo. El miedo traba las puertas. Tal vez no tenga miedo. Una vez adentro subimos hasta la habitación. ¿De la vieja? Si. En el cuarto cajón. Al fondo. En una lata. El collar es para M. (Guardamos información por respeto a los protagonistas de la historia. Silencio) ¿Cuánto hace que choreas? (Silencio) Hace mucho que estaba tranquilo. Pero necesito la guita ahora. ¿Vos? (Silencio) Yo nunca chorree. Todos dicen lo mismo. (tresminutostreinta. Dos hombres vestidos de oscuro casi hundidos en la ligustrina). ¿Cuánto falta? Pará flaco. Tranquilo. Esto es fácil. Tá, pero quiero irme a la mierda. ¿Tenés las linternas? Si. ¿Las probaste? Si. (cuatrominutoscincuenta. Hay cinco escalones hasta la puerta de la casa. Apenas abran la puerta la escalera. Subir en silencio. Nadie quiere despertar a la muerte).