Vacía.
La fábrica.
El tiempo
es un rulemán
oxidado.
En las paredes
gigantografías de hombres sin cara
llorando
sin ojos
el individualismo de una época.
Los malditos se fueron.
Dijeron lo justo.
No olvidemos.
Colgados de los flecos
de estas horas
se mezclan pieles
credos
y lunas.
El hombre nuevo
envejeció
en el útero
de la nostalgia,
dicen algunos.
Yo creo,
sin más remedio,
que tomó el tren equivocado
y está volviendo.
jueves, 20 de noviembre de 2008
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