sábado, 5 de septiembre de 2009

El almuerzo


Es la hora del almuerzo. Una hora que como todas las otras no existe con exactitud. Pero es universalmente el tiempo de reunión alrededor de una mesa que siempre nos quedó chica. Los espacios con bordes ordenan a las personas y nosotros somos ahora personas ordenadas. Nuestros bordes son el tiempo y el hambre infinitos, y el infinito está hecho de hambre y de tiempo.
Somos varios alrededor de la mesa. Sentados parados escondidos ladeados inclinados perreados y humanos, también. Somos destinados al hambre del que no tiene alma. Pero somos eternos, una vez más. Somos pero no estamos. Estar, significa el tiempo. Ser, significa lo inasible de un deseo hecho de pensamientos vastos.
Somos una familia. Lo somos porque así lo dispuso el Artista, pero no lo éramos antes de serlo. Somos una familia con dos madres y tres padres y algunos hijos que son padres y madres y un abuelo que no teme mirar de frente. Los años proveen de cierta actitud que se confunde con la determinación pero que es en realidad la ausencia del miedo del que ya no espera. Yo espero todavía, y por eso temo mirar de frente. Temo que lo que espero finalmente llegue.
En este almuerzo los platos estarán siempre vacíos y la fuente siempre llena. Los ojos mirarán siempre donde nadie los vea y ese gallo que ustedes ven en el piso nunca cacareará. Todos parecemos quietos. Detenidos en el almuerzo. Pero la procesión va por dentro. Y cuando el tiempo termine como todo termina, la cena estará servida.