miércoles, 8 de abril de 2009

Blanco sobre blanco

Martín está borracho. Sentado en la mesa de siempre. Con el costado izquierdo del cuerpo apoyado contra la pared y la cabeza arrodillada sobre el hombro. Esteban está parado detrás de él. Con el libro en la mano derecha.
Martín piensa que el blanco son todos los colores a la vez y que el negro es el color de la oscuridad absoluta.
Esteban piensa que el silencio puede ser de colores.
Martín y Esteban eran amigos hace tiempo.
Una noche, mientras discutían un texto donde Spinoza decía que dos enemigos que se miran a los ojos ya no pueden matarse, Esteban miró de frente a Martín y le dijo que había dormido con Ana tres semanas atrás. Que no se habían vuelto a ver. Pero que iba a volver a verla. Pronto. Porque si no los colores se volverían silenciosos y el silencio invisible.
Martín le dijo que el negro era el color de la oscuridad absoluta, y que a partir de ahora él era sordo. Sacó de su mochila el libro de Spinoza. Lo apoyó sobre la mesa del bar. Se paró y caminó hasta cualquier lugar que era su casa. Entró y pintó de silencio todos los cuadros de Ana. Se emborrachó esa noche para siempre.
Esteban se quedó un rato largo. Sentado. El mismo rato largo que ahora, algunos años después, pasaba de pie, atrás de Martín, con el libro en la mano.
Un colectivo pasó por la calle y la luz de los faroles atravesó la ventana descomponiéndose en todos los colores del mundo y proyectando en las paredes las figuras invertidas de una cámara oscura. Esteban apoyó el libro sobre el hombro derecho de Martín. Martín giró la cabeza sin mover ni una parte más de su cuerpo y lo miró a los ojos.