jueves, 21 de agosto de 2008

Miniatura I


hace tres horas que cuento caer las gotas
en la bañadera
la voluntad envidiable del agua
que logra agujerear el ánimo

Escrito de colectivo I

Está todo. Plazas y muerte dentro de una moneda de 5 centavos.

Abrimos la boca cuando despertamos para respirarnos a nosotros mismos y cerramos para no absorbernos del todo.
Cantamos siempre mientras cabalgamos los perros de la noche y al llegar lamemos los ojos de los que nos quieren.
Nos damos tregua, nos tironeamos, nos escupimos, nos amamantamos.
Nos matamos a veces. Nos vivimos en general. Nos apuramos para esperarnos y nos contradecimos para encontrarnos en la vuelta de alguna esquina.
Decimos siempre lo mismo. Nos calcamos y nos corregimos.
Respiramos sin darnos cuenta.
Miramos para otro lado cuando la luz es demasiada, y cuando nos come la oscuridad nos hacemos los boludos.
Chapoteamos siempre en el mismo charquito.
Hacemos origami con boletos de colectivo mientras el tiempo hace origami con nosotros.
Usamos sombreros de copa para ir a dormir y despertarnos lejos.
Pero siempre estamos acá.

miércoles, 13 de agosto de 2008

frente y dorso

El galpón es ideal. La dueña sale hasta el fondo de la casa. Cruza el patio, llega hasta el galpón. Su esposo no está. Abre la puerta. No. No la abre. Está cerrada con llave. Va hasta la cocina. Se agacha. Abre la puerta de debajo de la pileta llena de platos sucios. Saca un martillo. La vuelve a cerrar. Camina el mismo camino, esta vez al revés. Frente y dorso. Rompe la cerradura de un solo martillazo. Olor a aserrín. Oscuridad. Con la mano izquierda recorre la pared. Busca el interruptor. Lo encuentra. Enciende la luz. No es todo un desorden. No es todo suciedad. El piso está bastante limpio. A la derecha una escoba de paja. La mesa de trabajo. Herramientas por doquier. Una bicicleta de chico. Nunca tuvieron hijos. El no podía. Ahora no puede ninguno de los dos. Bien al fondo una caja de cartón bastante grande llena de revistas porno. La mujer no llega a encontrarlas. Qué hacés acá. Cómo entraste. Rompí la cerradura. NO podés. Este es mi único lugar. No podés estar tan loca. Si puedo. Y ahora sentate que te voy a decir cómo vamos a hacer para sobrevivir. Cuánto mide esto. El viejo no contesta. Cuánto mide el galpón. Para qué querés saber cuánto mide. La mujer camina alrededor de la mesa de trabajo. Quiero saber para terminar de ultimar detalles. Detalles de qué. Cuánto mide. Detalles de qué. Cómo rompiste la cerradura. De un martillazo. Sos una bestia. No importa. Cuánto mide. Para qué. Vamos a tener una funeraria justo acá. El vejo no dice nada. Se me ocurrió hoy. No hay en el barrio. Es un servicio que podemos dar nosotros. No entiendo... ¿querés llenar la casa de muertos? Estás loca. Me voy al cerrajero a comprar una cerradura nueva, y si agarras el martillo otra vez....se va, el viejo. Se va. Pensando se va el viejo. Se va. Avesatenalplanetaseva. Frente y dorso.

El hombre vuelve con un cigarrillo apagado en la boca. La mujer no vuelve de ningún lado. Todo este tiempo se quedó sentada adentro del galpón. Ahora tiene una de las revistas en las piernas. Qué hacés acá. Medí el galpón. Nos sirve. Andate de acá. Este es mi lugar. Voy a mandarte a un loquero. Que mierda. Si querés salvar muertos metelos en tu cocina. Más tarde los chicos me van a sacar todas estas cosas que tenés acá adentro. Si querés algo, sacalo vos. El hombre y su insuficiencia. Pero esto es demasiado. Yo no saco nada. Vos no sacas nada. Nadie saca nada. Vieja loca.
La mujer, dejemos de llamarla vieja, que no lo es tanto, se levanta de la silla. El hombre agarra la revista y la tira sobre las otras mujeres tan desnudas que desde dentro de la caja suspiran en silencio. No puede hacer esto. No podés hacer esto. Grita una vez más. No podés!! Vos fijate. El hombre piensa. No salir del cuarto. En caso de que realmente vengan a sacarlo defenderlo con su vida, como a ese hijo que nunca tuvo. De acá sale con las patitas para adelante. Quién sabe. Esta loca. El día sigue y no pasa nada. El hombre no come. La comida no caminará hasta el cuarto. El no caminará hasta la comida. Después la tarde y al final la noche. De su mujer no sabe nada. Nunca supo nada. De eso se da cuenta ahora. Otro día. O sea, mañana. Los escucha venir marchando. Si, no son muchas cosas. Hay una mesa. Unas herramientas. Unas sillitas. Pero no creo que nada pese mucho. En dos horas terminamos. El hombre llora. Llora desde el pubis. Llora desde su masculinidad en desuso. Lloran las chicas de las revistas en la caja. Llora y gime, el hombre. Hizo bien en encerrarse. No sabe cuanto pueden aguantar esas maderas. Abrime. Silencio. Abrime. No seas escandaloso. Algo tenemos que hacer para vivir. Podes rearmar tu taller en el sótano. Abrime. Silencio. Dale viejo de mierda. Estoy cansada. Estoy cansada de vos. Estoy cansada de todo. Gira el picaporte nuevo. Gira pero la puerta por supuesto no sea abre. Las maderas clavadas por adentro. Maderas de lágrimas que pinchan los ojos del hombre sin hijos que pocas veces había llorado. Es un poco rarito como terminamos en cada charco más sucio. Le lloran las piernas, y le lloran los 65 años de mierda que cuenta en lágrimas. Abrime. Silencio. Para qué decir nada. Ya se le va a pasar. Se va a ir y me va a dejar tranquilo. Se van. Vuelven. Una pequeña discusión. Ustedes hagan como yo les digo que no le va a pasar nada. Un solo golpe seco contra la puerta. No pasa nada. Los clavos ni se mueven. Es decir. Los 149 clavos, los 37 tornillos. La mesa que apoyó contra la puerta. Nada se mueve. Como una columna de hormigón. Ya vas a tener que salir a comer o a cagar. Y cuando salgas vas a ver que no es una locura. Que por ahora es la única solución. Los 65 se sientan en el piso. Abrazan las revistas. Las abrazan como a una madre. Le lloran en las tetas abiertas, y en las piernas redondas y en los ojos de diablitas. El viejo les llora como un chiquito y las toca. Hunde los dedos en la carne contraída. Algo despierta. No seas iluso. Eso nunca más despertará. Ya vas salir. Escucha una vez más. Y vas a entender. No creo. Para qué.
Ya es mañana. Muebles pocos. Solo una mesita que no debe pesar mucho. Unas sillas. Unas herramientas. Un hombre de 65 años que ya no llora. Unas revistas de hombres. Y de mujeres. Una lámpara que estuvo encendida toda la noche y que después de apagada no prenderá otra vez. Un hombre. Y una mujer. Será siempre lo mismo. Golpean la puerta con un martillo. Es ella. Su mujer sin hijos. Pero no pasa nada. Un diálogo cortito que es el siguiente. Qué tiene de malo. No es que voy a llenar la casa de muertos. Es de a uno por vez. Los hago pasar por el pasillito del costado. Directo para acá. Vos armás tu cuarto abajo y listo. Dale viejo. Salí de una vez. Silencio. Entonces al final no era un diálogo. Era sólo un monólogo. Pasan unos días y no es que el hombre se muere de hambre como le dijo su mujer. Tampoco es que se muere del olor del pis que empieza a ponerse bastante feo. La verdad es que se muere porque el bobo le dice que está cansado y que mejor se van los dos a rendirle cuentas a otra persona y otros lados. Que por acá no hay más que hacer si ni pibes tenés. Entonces el hombre abraza a sus madres desnudas y se muere. Dos días después la mujer abre la puerta. No puede aguantar tanto No puede pasar tanto tiempo sin comer. Se debe haber meado todo el cuarto. Y así que llama a unos chicos y les dice abran la puerta como sea. ¿Y qué encuentra? ¿Qué es lo que encuentra la mujer al entrar? ¿A su esposo muerto? Si si bueno. Además. Exacto. A su primer cliente.

sábado, 9 de agosto de 2008

recurso

me escribo en las palmas
porque no tengo papel
y cuando no sé qué decir
me lamo las manos

piensa siempre más i más

qué hacían los cuadrados cuando nadie los veía a veces leían libros de atrás para adelante y usaban sombreros de copa también a veces formados en hileras ordenadas rezaban en ruso al dios simétrico para que alejara las ideas incompletas que molestaban los días y muy de vez en cuando sembraban chapitas o botones y se sentaban a esperar que creciera la planta de lechuzas de cuarzo hasta que salía la tarde y era hora de volver a empezar el fin del día y entonces a veces algún lado del cuadrado se iba a otro lado y aparecían pentágonos exactos y algún triángulo sojuzgado a veces también

viernes, 8 de agosto de 2008

El jardín de las delicias


Una noche de 150X, en una taberna de algún pueblo de Holanda, un hombre desvelado y envuelto en los trapos del alcohol termina de comprender que el único orden es un boceto del caos, y que aunque todo esté en movimiento y no haya quietud, cada cosa tiene un lugar. Con la mugre de sus dedos garabatea sobre la contracara de un fanzine de la época los bordes de lo que piensa. La taberna está ya casi vacía. Es el tiempo del retiro.
Al día siguiente, el hijo del dueño llega al lugar. Fueron horas agobiantes de cazar ratones en compañía de su yorkshire azul. El niño sabe hacerse de compañeros que pueden alcanzar sitios donde el no. Es un niño sabio. Tras la faena del día decide un merecido descanso. Se sienta en el único lugar donde su padre jamás lo encuentra, y cuando estira sus brazos sobre el piso en posición de descanso toca el boceto de aquel hombre.
Lo mira un rato y tras consultar con su perro, saca de su bolsillo una bolsita llena de lápices de colores. Pudo rescatarla de entre los restos de una bruja que sumergieron en el fuego de la plaza ayer a la tarde. Ahora entiende por qué. Con los últimos restos de luz se dedica a llenar el interior de las líneas del papel. El dibujo está terminado
.